
Los estadios de fútbol ya no son solo recintos deportivos: se han convertido en centros de entretenimiento capaces de atraer a cientos de miles de personas y generar ingresos millonarios.
En España, el Atlético de Madrid facturará más de 10 millones de euros con los conciertos de Bad Bunny en el Metropolitano en 2026, mientras el Bernabéu, tras su reforma multipropósito, ya reunió más de 220.000 personas con Karol G y llenó con Taylor Swift, Luis Miguel o Metallica. En paralelo, clubes como Osasuna vieron que un amistoso internacional apenas les generó 300.000 euros, muy lejos de los 18 millones que ingresó el Real Madrid solo con las cuatro noches de Karol G.
El fenómeno también cruza el Atlántico. El Estadio Mâs Monumental de River Plate, el más grande de Sudamérica, se ha transformado en un polo cultural de Buenos Aires: el club obtiene alrededor de US$17 millones anuales por recitales de artistas internacionales, consolidando al recinto como un motor económico que complementa el fútbol y posiciona a River como actor central de la industria del entretenimiento en la región.
Este negocio responde a una estrategia cada vez más clara: los clubes se conciben como marcas globales de entretenimiento. El Bernabéu integra césped desmontable y cubierta retráctil para programar shows; el Metropolitano proyecta un pabellón de conciertos junto a Live Nation; y el futuro Spotify Camp Nou y el Palau Blaugrana se diseñan con la música en vivo en mente. Barcelona, sin embargo, acusa la falta de infraestructuras modernas y ha cedido protagonismo a Madrid, que en 2024 fue la capital española con mayor facturación en conciertos en vivo (185 millones de euros, por delante de los 113,5 millones de Barcelona).
El público acompaña esta transformación: el 48% de los españoles asistió a un espectáculo musical en vivo en 2024, y artistas como Bruce Springsteen, Karol G o Rammstein reunieron a cientos de miles de personas en estadios. Cada evento genera un impacto que va más allá de los clubes: los diez shows de Bad Bunny en Madrid dejarán entre 185 y 220 millones de euros para la ciudad, una cifra equiparable a todo lo que facturó la industria musical madrileña en un año. Así, los estadios refuerzan su papel como templos no solo del deporte, sino también de la música y el turismo.